Me pidieron que dijera cual es el título del curso de doctorado que voy a enseñar el semestre próximo. Siempre pasa. No tuve dudas, casi no tuve dudas: “Voz y subjetividad en los medios digitales”. Así son los nombres de los cursos. Hubiera preferido otro, pero era demasiado oscuro: “La voz enterrada”. Demasiado oscuro pero fiel al fenómeno que empezó por sorprenderme: que hubiera tanta pieza de sonido contemporánea, particularmente en las regiones del arte del sonido que más frecuento, donde la voz se invoca con el objeto de cubrirla de toda clase de materiales, hasta que su presencia persiste, pero su contorno es disuelto por manchones y colgajos.
¡Qué lejos que llegamos! ¿Desde dónde o cuándo? Desde aquellos días, no tan remotos, en que la música que se pensaba que valía era exclusivamente vocal: corales vociferados en iglesias. ¿Y los instrumentos? Acompañaban. En la música de arte europea fue lento el crecimiento del prestigio de la música instrumental, y lo cierto es que hace solamente un par de siglos, algo más, una sonata para tal o cual instrumento empezó a recibir la misma clase de atención que recibía un madrigal, un aria, un fragmento de cantata. La dinámica histórica de esta música: la alteración progresiva del balance entre la voz y los instrumentos, que, sin embargo, comenzaron por proponerse imitar a la voz: cantabile. ¡Y todo para esto! ¿Para qué? Para que instrumentos y voces vayan a parar al mismo miasma. Pero el miasma es lo que nos gusta: a mí, en todo caso.
¿Y lo de “subjetividad”, por qué? Porque esto pasa en una fase peculiar de nuestra comprensión de qué clase de cosa somos. Redes. Manojos. Colecciones de circuitos. De millones y millones de circuitos. ¿Han visto las imágenes? Las imágenes, digo, del cerebro. Las que existen, coloreadas. No es que seamos simplemente eso: somos lo que sucede cuando esos circuitos se acoplan con otros circuitos, “exteriores”, los de lo llamábamos “instrumentos” (la computadora en la que escribo), y que algun día llamaremos de otro modo, cuando estemos dispuestos a reconocer de un modo que nos resulta difícil ahora que no sabemos por donde empezamos ni hasta donde llega nuestro alcance.
“Voz y subjetividad”: la voz enterrada en un tiempo de redes y circuitos. Ese es mi objetivo. Pero no estoy seguro de saber cómo llegar allí, de si tendré algo que decir sobre el asunto que no sea lo que acabo de decir. Lo cierto es que del curso en cuestión no tengo, por el momento, otra cosa que el título y algunas vagas intuiciones (la mayor parte de las cuales consigné en cierto capítulo de mi último libro de crítica, Estética de laboratorio). Pero es necesario que tenga, en un par de semanas, algo más: un programa para mi curso, como mínimo. La idea de esta secuencia de informes es anotar los pasos que voy dando en esa dirección, con la expectativa de que hacerlo me ayude a concentrarme en el asunto y de que si alguien los lee me dé sugerencias útiles o me haga preguntas que me lleven a un poco más de claridad. En algun momento, si es que persisto, este diario de la preparación del curso se convertirá en un diario del curso mismo (y quién sabe qué más).